“Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres tú entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros y también por la familia del profesor Nibaldo, amén”.

Son las 10.00 de la mañana de un jueves de mayo. Mientras una micro del recorrido 308 pasa lentamente por la calle Yacolén, en Peñablanca, Marcela, junto a sus vecinas Lucinda, Rosita y Bernardita, le rezan a la animita que se levantó al frente de la casa en donde asesinaron al profesor Nibaldo Villegas.

“Señor, ayuda a la familia de este caballero y perdona a esas personas que lo mataron… aunque nos da rabia lo que hicieron, esperamos que se arrepientan”, continúa Marcela, conmovida por las fotografías y los lienzos que claman justicia desde las rejas.

Winston Yáñez, un vecino que vive al lado de la casa en donde ocurrió el escabroso crimen, observa a las mujeres y comenta que todos los días llegan personas de diferentes partes a visitar la animita. “Hace poco vino una señora bien simpática a darle las gracias. Le había pedido que le diera un trabajo a su marido ingeniero, que estaba cesante hace varios meses, y me dijo que se lo había concedido. Bueno, yo creo mucho en Dios y respeto toda ideología, pero yo nunca le he pedido nada”, asegura.

Sin embargo, el vecino que reiteradamente fue requerido por la Policía de Investigaciones para saber si vio o escuchó algo la noche del asesinato, revela que ha vivido otros hechos misteriosos. “La madrugada en que mataron al profesor yo no escuché nada, sólo un golpe en la pared (…) pero desde entonces, nos han pasado varias cosas extrañas. Primero, mientras estaban entrevistando a mi esposa, en la grabación se escuchó una voz que dijo ‘me encontraron y me mataron’ y después he tenido varios sueños en que lo veo pidiéndome ayuda o gente que se está muriendo…lo último pasó hace unas semanas cuando a la 01.30 de la mañana se prendió solo el equipo de música”, relata sorprendido.

Marcela termina su devoción a la animita con un “Padre Nuestro” y luego cuenta que desde el día en que condenaron a Johanna Hernández y su pareja Francisco Silva (ver recuadro), quería venir. “Mi nieto conocía al profesor porque estudiaba en el colegio donde hacía clases, en Quilpué. Era una persona muy buena, por eso sentíamos la necesidad de venir. No sabía dónde quedaba la casa y le pedimos ayuda a la Rosita, quien nos trajo en su auto. Las cuatro vivimos en Huanhualí, somos vecinas, y vinimos porque fue tan terrible esto que pasó, que como villalemaninas queríamos descansar nuestras conciencias y pedir por la familia del profesor”, expresa emocionada.

Rosita asiente con la cabeza y añade que no fue fácil encontrar la casa. “Unas semanas antes había ido a unos miradores de por acá con mi pareja, y desde allá se veía la casa. Buscamos la dirección por internet, pero igual nos costó llegar y tuvimos que preguntarle a unas personas. Es un lugar que cuesta acercarse”, dice.

Lucinda, la vecina que trajo dos palmeras para regalárselas al profesor Nibaldo, las coloca al lado de la animita. De ahí se persignan y se van. Winston, en tanto, relata otros episodios: “Es conmovedor lo que ha ocurrido, sabiendo que en el segundo piso, donde se ve esa ventana, mataron a este buen hombre. Esta semana vino una madre con su hijo del cerro Cordillera y también un caballero que se puso de rodillas a rezar. Lo escuché y decía que tenía cáncer y que así como Jesús había perdonado a sus enemigos, así pudiera la gente perdonar a los asesinos”.